He leído con vivo interés el artículo de Félix de Azúa, Perder lo que nunca fue nuestro (El País, 3-1-2012), a propósito de las reflexiones que suscitó su reciente visita al British Museum: el contraste del desinterés del público por los mármoles de Egin con la presencia ruidosa de docenas de jóvenes que curioseaban y reían en torno a las estatuas de Isis, Osiris e Ibis en la sección consagrada al arte faraónico...
La disparidad que señala es en efecto llamativa y la reflexión melancólica que la acompaña -"¿No es un extraño y desolado destino el de Grecia, origen, según se dice, de Occidente? ¿Arranque de la democracia occidental? ¿Milagro del Logos que borró de un chispazo la superstición arcaica? ¿Primer paso en la implacable marcha hacia la libertad de los pueblos soberanos?"- expresa una incuestionable verdad. La gran epopeya, el teatro, el pensamiento filosófico, el germen de las sociedades democráticas de los dos últimos siglos proceden de Hélade... Tanto en el plano literario, como en el del pensamiento y en el político, Europa no sería lo que es sin su matriz helena...